Los finales no existen, sólo son principios disfrazados... o envueltos como un regalo; si se presta atención se podría escuchar el crocante celofán de esa envoltura...hoy esa envoltura me sonó a perros ladrando.
Las calles son extensas, la tarde cálida y su cielo con ligeros hilachos de nubes teñidas de rosa por un sol mortecino. Yo tengo una pequeña ampolla en el pie derecho de tanto caminar esas calles y un cuello dolorido de tanto mirar ese cielo caprichoso. Sigo caminando, el celofán de perros no deja de sonar. Cuando yo era niño los perros de mi calle no se interesaban en la gente, ellos correteaban coches y motos, se podía caminar a su lado y estos ni se inmutaban, hoy la gente no camina, se sube a esa maquina que, además de un supuesto estatus, le da comodidad y un abdomen prominente... los perros se acostumbraron tanto a ver coches, que ahora, cuando ven que alguien no esta motorizado, le ladran... No sin nostalgia, comienzo a investigar que hay detrás del celofán crocante.